Para esta época debiste de haber muerto.
Lo supuse cuando cesó el temblor en la cumbre de la montaña
y desperté con el forcejeo de las luces sobre las laderas.
Me asomé desde la caverna hasta donde pude
y noté la ausencia del viento enfadoso que me sitiaba
y vi como los matorrales retrocedían.
A voz en cuello pronuncié tu nombre, lo insulté.
Pero en el eco solo regresaron nudos de silencio.
No respondías.
Pensé que seguía sordo o que había enmudecido,
hasta que oí a las calandrias reír en los perdigones,
y a las amarras crujir en los puertos percudidos.
Ahí supe con certeza, que ya no eras.
Que te tragó la tierra.
Ahora que tu incertidumbre no me acecha,
bajaré a beber peces de los claros de luna,
hechos agua.