En la penumbra del crepúsculo,
se cierne un silencio antiguo,
las sombras danzan en el umbral,
donde la memoria se torna frágil.
Recuerdos, como hojas al viento,
vuelan lejos,
hacia el olvido,
el eco de risas y susurros,
se disipa en el aire vacío.
Las paredes murmuran secretos,
historias de amor y desdén,
los rincones llenos de ausencia,
testigos mudos de nuestro ayer.
En el armario, un aroma queda,
fragancia de tiempos pasados,
vestidos que antaño brillaron,
ahora yacen desvanecidos.
Cada prenda, un suspiro de añoranza,
cada pliegue, una lágrima oculta,
el roce de telas deshilachadas,
como caricias que el tiempo sepulta.
En la mudanza, un adiós se extiende,
la casa, un desierto sin alma,
y entre cajas y sombras perdidas,
la ropa, fiel guardiana del drama.
Así se cierra un capítulo eterno,
de telas y sueños, de vida y ternura,
en la nueva morada, el corazón suspira,
por los hilos que tejen nuestra armadura.
— Galatea.