El extraño sujeto, corría desaforado bajo un sol anaranjado, pasó entre las ruinas de los autos quemados, edificios agrietadamente desnudos de gente, rastros de radioactividad
Su piel arrasada por el sol en los campos de cultivo, allí crecio como esclavo de los yakos. Seres llegados del planeta del norte, imperiales, usurpadores por naturaleza. En su frente pequeñas manchas verduscas Sobre una calvicie incipiente, rematada con rulos grandes y desprolijos que colgaban de sus hombros.
Al fin se había decidido a escapar después de tanto tiempo. Un viejo fusil automático y la mochila donde guardaba el último libro de la historia de su pueblo, regalo y enseñanza del viejo Jenalatias, se sacudian en la carrera, hasta caer exhausto sobre la llanura escarpada de verdes.
Despertó ya entrada la noche. Con un duende soplando una especie de flauta, tal vez uno de los espectros de la tierra
Extrajo de la mochila una especie de jarro metálico, otro más pequeño y un sorbete metálico. Se recostó en un grueso árbol añoso, encendido el fuego caliente el recipiente, añadió hierbas diminutas, al jarro pequeño y empezó el antiguo ritual de absorber del mismo con el sorbete, hundido en sus pensamientos. Sabía que los yakos vendrían por el, el último rebelde de este pobre planeta al sur de la galaxia.
Volvió a absorber del sorbete las hierbas, varios demonios u espectros hicieron ronda al fuego solicitando participar del ritual, algunos se presentaron con sus raros nombres, Yanquetruz, Cafulcura, Namuncura, y otros más.
A lo lejos se oían los carros de asalto, las estruendosa pisadas de los ciberg yakos.
El último cargo el viejo fusil, los duendes silbatos y miles de lanzas brotaron de la tierra.
El último rebelde ya no estaría solo en la batalla final....