El barco se va,
llega uno a puerto
cuando el anterior
va zarpando, sin cese,
sin medida, eslabón
que sucede a otro eslabón,
cumbre que pareciendo
la última no es otra que una
que antecede a otra posterior,
pero yo, corto de vista, solo soy
capaz de sentir lo que ocurre
ahora, en este momento, y la vida,
mi fiel escudera, mi Sancha Panza,
me empuja hacia escondrijos
de cuyo paradero no me entero
hasta que no los tengo frente
a la nariz —cortito de mí—.
Un barco me anuncia por megafonía
que está pronto a partir, y me insta
a que me suba sobre su cubierta,
a que, en plena popa, me coloque
de frente a la brisa para beberla
hasta su último sorbo, y gozar la sal
que de las aguas trasmina al aire.
Me lo pienso, me seduce la idea,
pregunto a mi escudera qué tal le parece,
espero su pensamiento, le pregunto
si guarda bajo la manga para mí algún
plan que supere a este, lo medita, me pone
cara de pensador de Rodin hasta pronunciar
la frase: \"en la sección de planes para Alberto
no me viene nada que considere mejor\", ipso
facto hago exigua maleta y subo por la rampa
hasta un fotocol donde me cosen a flashes.
Del resto no me acuerdo, desperté de repente...