En una mañana de un día
recibí una llamada.
Era aquel señor que tanto alababa;
eran sus frases una guía,
eran sus palabras acuarelas.
No sucedió solo una vez.
Tiempo atrás que lo presiento,
en momentos distintos;
de lo que solo recuerdo
aquella voz.
Más tarde de lo pensado,
me di cuenta de que todo aquello
era mi interior,
que me engañaba
con buenas intenciones.
Era aquel que me susurraba.
Era el que se aprovechaba
de mi vehemencia,
con buenas intenciones;
para hacer de ancla
contra mis perturbaciones.
No es más que eso:
ayudas y orientaciones,
pero realmente agradezco
porque han servido,
o servirán después de un suspiro.
Me quedo tranquilo
de que estará conmigo
porque no es externo,
aunque este influye en su ser,
porque es mi ingrávido yo
que mira desde el interior.