Cuando el sol se apague,
y las sombras se conviertan en la última aurora,
será como si la tarde, cansada de esperar,
decidiera dejarse llevar por la nada.
Cuando el sol se apague,
y el horizonte, en su destierro final,
olvide la promesa del día siguiente,
tal vez nuestros sueños se refugien
en el abrazo nocturno,
donde las estrellas murmuren secretos
que nunca supimos escuchar.
Será entonces, en ese silencio de ocaso,
cuando el mundo se detenga
en la pausa de un latido,
que entenderemos que la luz
era solo un pretexto,
una excusa para encontrarnos
en la oscuridad compartida.
No temamos, amor,
cuando el sol se apague,
porque en esa penumbra infinita
serán nuestros recuerdos
los que iluminen el camino,
y aunque la noche nos envuelva,
seremos dos luciérnagas,
dos destellos en un cielo sin fin.
Cuando el sol se apague,
y el tiempo se detenga en un suspiro,
será nuestra oportunidad
de descubrir que, en la ausencia de todo,
lo único que queda
es este amor,
que ni la muerte podrá desvanecer.
Así, en el último aliento del día,
cuando el sol se apague,
nosotros seguiremos encendidos,
eternos,
como la chispa que nunca se apaga
en el rincón más hondo de nuestra historia.