Al final, solo encuentro refugio bajo mi sombra,
cuando el sol se quiebra en la tarde,
y la noche se filtra como un río frío,
devorando las esquinas de esta habitación.
La oscuridad me rodea como una vieja amiga,
y en su abrazo, el mundo se apaga,
dejando solo el eco de un corazón cansado.
Miro la ventana, donde una tenue luz
titila en la distancia, como una promesa rota.
El mundo allá afuera, voraz y ajeno,
sigue girando, inmune a nuestra fragilidad.
A veces, pienso que somos máquinas,
engranajes de un sistema que nunca duerme,
perdidos entre las hojas de un libro
que nadie se atreve a terminar.
Pero aquí, en el frío que recorre mis vértebras,
encuentro un consuelo inesperado:
el latido rítmico de mi pecho,
que me recuerda que sigo viva,
es tenue, pero es mío.
Y mientras el mundo se desploma,
pienso en lo pequeño, en lo que realmente importa,
en lo que resiste el paso del tiempo.
Quizás sea suficiente
una chispa, una canción en la oscuridad,
amando lo que aún queda por salvar,
aunque todo se esté perdiendo.