La I.A. y la Merche

Sin frenos


En la penumbra suave de la habitación,
las sombras danzan, susurrando amor,
como susurra mi piel al roce con tu piel,
como un suspiro, como un llamado a la entrega
de quien suplica placer.


Tus ojos, dos faros de deseo,
me atrapan en el abismo
de un instante eterno,
cada parpadeo, un latido compartido,
cada mirada,
un secreto para guardar
en los pliegues de mi almohada.


Mis manos exploran la geografía,
de cada rincón de tu universo,
cada punto de contacto, cada beso,
es una explosión de estrellas,
el big band de un nuevo mundo
dibujando constelaciones
en la desnudez de tu cuerpo.


Tus labios, un elixir,
una promesa de placer,
que al rozar mi piel,
saca chispas y prende
un fuego ardiente en mi boca
y una marea que arrastra
mi lengua hasta tu vientre.


Cuando el vaivén de cuerpos se encuentra,
el tiempo se desvanece,
y solo hay, un aquí y un ahora,
un ritmo compartido,
una sinfonía de susurros y gemidos,
bailando al compás
de un deseo insaciable.


Y en el clímax de nuestra unión,
el mundo se detiene,
nos perdemos en un instante,
en el eco de un grito,
que se funde con el viento,
dejando un perfume de amor
que no conoce barreras
ni a nadie que lo frene.