En la penumbra de un amor desmoronado,
donde los ecos de promesas rotas aún resuenan,
la noche se convierte en un campo de batalla,
y el silencio es el testigo de nuestra guerra interna.
Las palabras se disparan como balas perdidas,
cada una cargada con un peso de arrepentimiento,
y tus ojos, antes faros en la tormenta,
se han convertido en vitrinas de un adiós inevitable.
El eco de nuestra risa ahora se convierte en llanto,
y en cada rincón de esta habitación vacía,
los recuerdos se clavan como espinas,
dando testimonio de un amor que ya no guía.
Me ahogo en el dolor de mi culpa,
cada lágrima es un grito ahogado en el viento,
y cada latido de mi corazón es un tiroteo,
un conflicto eterno entre el amor y el arrepentimiento.
Tú, que eras mi refugio en la tormenta,
ahora eres el fantasma que persigue mis noches,
y en cada sombra de nuestro pasado,
encuentro un reflejo de lo que fuimos y ya no somos.
En el laberinto de esta ruptura,
los caminos se bifurcan y el sentido se desvanece,
y en cada paso que doy hacia adelante,
siento el peso de un amor que en cenizas se convierte.
Los disparos de la memoria son los más crueles,
cada uno recuerda un momento de felicidad perdida,
y aunque el tiempo intenta curar las heridas,
la verdad es que la culpa nunca se olvida.
Así, en el eco de nuestro tiroteo,
donde los sentimientos se vuelven fragmentos,
busco la paz en el remolino de esta tormenta,
pero encuentro solo el eco de un amor en desmoronamiento.
La noche avanza, y yo sigo aquí,
en el campo de batalla de lo que pudo ser,
con el corazón desgarrado por los disparos del pasado,
y el alma herida, buscando el perdón en cada amanecer.