EN LOS ALREDEDORES DE MOSCÚ
Por la noche ya se hace presente
la brisa por medio de frías oleadas.
Solo con sacar la cabeza
fuera del saloncito, se puede sentir el frío
de principios de septiembre
que, en los alrededores de Moscú,
suele resultar corriente, previsible,
y que es como un principio de invierno,
como una cama dispuesta a cielo abierto,
sobre el verde agostado y un tanto seco
que cubre esa gran naturaleza sin árboles.
Un recuerdo del viento y de la nieve
parece amenazar las cabezas de los transeúntes
con su frío afilado y difícil de esquivar.
Son los vecinos del invierno
los que acuden, si es que no se han ido
del todo, la marta cibelina
y el sigiloso leopardo de las nieves,
que permanecen, entre el matorral
verde de hojas de verano, como monstruos ocultos.
Así son los alrededores de Moscú
con el campo todavía en el estío:
un comienzo de implacable, del inhóspito territorio
por donde parece que deambula todavía
el oso gris, el intratable
que aterroriza a las ovejas y a los niños.
Todavía con las huellas del gran oso
sobre el polvo, el verano comienza a marchar.
Gaspar Jover Polo