Que trabaje duro haciendo con sus propias manos un buen trabajo y así tenga algo que dar a quien lo necesite (Efes. 4:28).
En el taller de la vida, un hombre de madera y espíritu,
con manos de artesano y corazón de infinito.
Jesús, el carpintero, en su labor encontraba,
el gozo de lo simple, la belleza que tallaba.
Con cada golpe certero, con cada astilla que volaba,
un pedazo de cielo, en la tierra se anclaba.
No solo mesas y sillas, sino lecciones creaba,
de cómo ser en el mundo, sin que el mundo te atrapara.
Sus manos, que la madera con ternura acariciaban,
eran las mismas que almas con amor moldeaban.
Y aunque su oficio terrenal, a muchos sustentaba,
su misión celestial, a todos iluminaba.
\"Trabajen por el alimento que a la vida eterna lleva\",
decía a los que escuchaban, a los que en él creían.
No por pan que perece, sino por verdad que eleva,
por tesoros en el cielo, que nunca se desvanecían.
En su sermón en la montaña, palabras de luz vertía,
\"Acumulen para ustedes tesoros en la altura\",
donde ni el óxido corroe, ni la polilla envía,
su manto de olvido, su capa de amargura.
Así, el carpintero divino, con su ejemplo enseñaba,
que el equilibrio en la vida, con sabiduría se hallaba.
Trabajar sí, pero sin olvidar la senda sagrada,
hacer \"un buen trabajo\", pero con el alma alzada.
Porque más allá del sudor, de la madera y el clavo,
está el propósito supremo, el llamado más alto.
Jesús, con su vida y obra, a todos nos ha mostrado,
que el verdadero oficio, es amar y ser amado.