Descansa el niño
de cara arrebolada
y sus manitas
dibujan telarañas.
Es una escena
sutil y enamorada,
con la ternura
brotando por la estancia.
¡Cuántos recuerdos
se viven y rescatan
desde el desván
oscuro de la infancia.
Pero aquel niño,
hoy hombre en esta estampa,
mira al pasado
y sueña en la distancia.
Recuerda noches
de cantos y de nanas,
en voz querida,
quebrada, que le amaba.
Él se estremece
y siente la llamada,
con la canción
que vuelve de la nada.
Y ante sus ojos
renace la esperanza,
con la sonrisa
paciente y tan amada.
Es de la madre
que vuelve otra mañana
a despertar
al niño con sus canas.
Y en el verano,
paciente que se marcha,
surgen colores
suspiros y nostalgia.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/09/24