Yeshuapoemario

Tu madre estarĂ¡ feliz (Prov. 23:25)

 

En el silencio de la devoción, donde las palabras sobran,

se teje una historia de amor, en los hilos de la oración.

Eunice, con su fe como guía, a Timoteo enseñó,

que en los actos de piedad, un corazón puro se reflejó.

 

Como madre, su ejemplo fue un faro en la oscuridad,

mostrando que el amor divino es la más grande verdad.

Sin pronunciar palabra, su vida fue un sermón,

que habló más fuerte que el trueno, en su silente canción.

 

Las madres, con su sacrificio, marcan el camino a seguir,

renunciando a lo mundano, para en lo espiritual invertir.

Tiempo, dinero y descanso, ofrendas de su amor,

para que sus hijos caminen hacia un futuro mejor.

 

No es en la riqueza donde su valor se mide,

sino en la riqueza de su espíritu, que a Jehová se confide.

En la quietud de su estudio, en la paz de su orar,

en la comunión de los fieles, su espíritu va a hallar.

 

Que no se turbe su corazón por las cargas del día,

ni se pierda en el ruido, la sagrada melodía.

Que su amistad con lo Alto sea la joya más preciada,

y en cada acto de servicio, una bendición derramada.

 

Porque en la entrega total, en la fe que no se ve,

está la verdadera fuerza, que a la familia sostiene.

Y en cada paso humilde, en cada gesto de amor,

se construye un legado, que trasciende el dolor.

 

Así, Eunice y tantas madres, en su callado labor,

son las heroínas silentes, de un mundo mejor.

Con la Biblia en sus manos, y Jehová en su corazón,

van dejando huellas eternas, de incalculable valor.