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La dignidad de mis deseos

Yo abracé mi odio cuando, una vez, fui mil veces herido
con mi alma exiliada, alejada de su cuerpo 
se tronó el enojo rojo como volcán escondido.
Culpé y sentí al mismo tiempo la tristeza 
en medio de lagunas, de penas francas
naufragando entre escombros me viví perdido.

Nos fue arrebatada la dignidad de los deseos
y su guirnalda de sueños macerados en fogones con plato de fondo,
fingimos el extravío de nuestros nombres y su carnet de identidad,
nos aferramos a maderos perforados por clavos taladrados
cuando eran traspasadas las fronteras 
de nuestra piel mojada en el diluvio,   
que inundaba la memoria de lava desbordada
en el barrio donde mis manos sanaban la ternura.

Fue de noche, a mansalva, como todo lo turbio que es oscuro.
Ultrajando las sábanas cuando se ama en el sosiego
y las hienas sustraían de los besos lo más puro. 
Cuando las manos probas levantaban su inocencia 
entre bosques de ojos con herencias recibidas,
fue llegando la hora del parto postergado 
que por fin cogió el canal de la alameda y su gentío. 

Ahora sobre el cauce de mi propio torrente
se enruta la proa de mi barca, hacia el puerto del recuerdo mío
memoria madre que me acoge en su pecho cordillera
donde me retrato semejante como todos fuimos;
ahora entero, con mis deseos, en paz y de frente, 
a ese día en que nuestros sueños fueron prohibidos.