El Tesoro del Duende
Verdoso y misterioso, sonrisa taimada, ojos de obsidiana,
cuida una bella mariposa, en vuelo cautiva.
La belleza en oro la convirtió, el llanto en plata la envolvió.
En noche de silencios druídicos, un lamento dulce se escuchó.
Sentada en cristal frágil, rostro oculto en telas blancas,
húmedas como lágrimas de luna, pureza reflejada en su piel.
Lacerada y herida, bajo la sombra de un trébol sin suerte,
labios de rubíes agrietados, cabello sedoso,
brillaba en la trilogía de sus pechos cautivadores,
un riachuelo de desdenes y amarguras,
que al salto del grillo, se apasiona y se esperanza,
en el fragor de aguas danzantes.
En bonanzas y tragedias, el duende se ahogó en su avaricia,
una joya tan preciosa, la capturó, la atesoró.
Maldijo al que osara liberarla, amarla,
condena eterna, placer como recompensa.
En lágrimas recuerda a su padre, sin demora, sin piedad,
la dejó en manos de una calamidad andante,
que ávido, intercambió plata por magia.
La falta de dinero marcó su destino,
el padre, sin compasión, desechó la hermosa flor.
El duende se regocija, se alaba,
posee lo más hermoso, lo intangible,
solo él puede tenerla,
y pobre del que caiga en tentación,
por la exuberancia de la excitación pecaminosa,
se condenará a sí mismo.
Mas en el deleite no debes caer,
como el demonio de sombrero lo hace,
la avaricia es sublime, la codicia ambiciosa,
un joven sin suerte, sin fortuna,
un día, sin saber cómo ni cuándo,
robó a la condenada,
con miedo y temor, se arrojó a las garras de la belleza efímera.
El duende, en gritos y maldiciones, se ahoga,
buscando por la eternidad a su bella mariposa,
¿la encontrará?