Amor Fantasma

Creciendo entre Rosas

En un jardín de rosas que brillaban con esplendor,
un brote de buganvilia asomaba tímidamente,
su presencia un susurro entre las flores majestuosas.
Las rosas, con sus pétalos de terciopelo y fragancias etéreas,
se alzaban en un desfile de elegancia,
compartiendo una belleza que parecía inalcanzable.

 

La buganvilia, en su discreción, sentía su crecimiento
como un eco lejano, una danza que no se ajustaba
a la perfección de las rosas que la rodeaban.
Entre sus hojas vibrantes, albergaba un temor profundo.
¿Sería una rosa defectuosa, una nota discordante
en la sinfonía del jardín?

 

Su corazón palpitaba con la duda de no encajar,
temiendo que, al florecer, su diferencia revelara
una verdad dolorosa. En el silencio de su existencia,
su miedo se tejía en sombras, temerosa de desplegar
sus pétalos y mostrar una belleza que temía no ser aceptada.

 

Cada día, observaba el esplendor de las rosas,
con su simetría perfecta y sus colores suaves.
Su propia forma, más áspera y robusta, parecía
no encontrar lugar en ese reino de fragancia y sutileza.
La buganvilia se preguntaba si su esencia, al abrirse
al mundo, sería vista como una anomalía.

 

Su miedo la mantenía oculta, como un secreto guardado
entre sus hojas, atrapada en un mundo de inseguridades y temores.
Pero el tiempo, con su manto de paciencia, comenzó a cambiar
el rumbo. Un día, la buganvilia sintió un impulso
que no podía ignorar, un susurro del viento que la invitaba a florecer.

 

Con un acto de valentía, desplegó sus pétalos en un estallido
de colores vivos. Al hacerlo, descubrió un jardín aún más vasto,
con flores que no eran rosas, pero que brillaban con una singularidad
inigualable. Vio flores raras siendo extraordinarias,
con formas y colores que contrastaban maravillosamente con las rosas.

 

Aunque escasas, estas flores destacaban por su belleza única,
resaltando con un esplendor que enriquecía el jardín.
La buganvilia se dio cuenta de que su propia esencia encajaba
perfectamente entre ellas. No era una rosa, y eso no solo estaba bien,
sino que era una ventaja.

Al observarse entre estas flores excepcionales,
la buganvilia sintió una alegría profunda.
Entendió que su diferencia no era una debilidad,
sino un don precioso. En su esplendor único,
encontró un lugar en el jardín que valoraba su singularidad.

 

En vez de compararse con las rosas, celebró su propio brillo,
comprendiendo que su belleza era una luz en el jardín,
un tesoro raro y hermoso. Así, la buganvilia floreció
en su plenitud, no como una rosa, sino como la flor magnífica
que siempre estuvo destinada a ser. En el jardín,
su singularidad se convirtió en una melodía hermosa,
que ni siquiera todas las rosas del jardín podrían comparar.