Sr. Martinez

Mi monotona soledad

En la penumbra de un día gris,  

la soledad se viste de rutina,  

cada hora avanza con un paso lento,  

como un reloj que no sabe latir.  

 

Las calles vacías susurran historias,  

ecos perdidos de risas lejanamente,  

cada sombra se asienta en el alma,  

y el tiempo, con su manto, se vuelve opaco.  

 

Miro por la ventana, el cielo es un lienzo,  

pintado de nubes que no traen tormenta,  

el viento acaricia el rostro cansado,  

de un soñador perdido en su propio universo.  

 

Las horas se arrastran con cada suspiro,  

mi mente es un laberinto de pensamientos,  

vuelvo a visitar los recuerdos dorados,  

donde la risa florecía en los días soleados.  

 

Nadie llama, el silencio se vuelve amigo,  

acompaña la danza de mis propias dudas,  

las paredes se cierran, me envuelven tan cerca,  

que la soledad se convierte en una sombra.  

 

Es en esta monotonía donde encuentro destellos,  

fragmentos de vida que brillan lejanas,  

a veces, un rayo de luz entre la bruma,  

un poema olvidado, una canción que reposa.  

 

Las tazas de café son cómplices fieles,  

en cada sorbo, el calor se resiste,  

pero al final del día, el eco regresa,  

los mismos ritos, la misma tristeza.  

 

No es el temor a la soledad que me agobia,  

sino el peso de los días que se repiten,  

como un ciclo eterno sin final a la vista,  

un carrusel de pensamientos que nunca se apagan.  

 

Pero en esta danza de sombras y luces,  

encontramos un sentido oculto,  

quizás en la soledad se forjan sueños,  

nacen palabras en el silencio profundo.  

 

Porque cada mañana, aunque gris y callada,  

me despierto a la vida, a su abrazo frío,  

y aunque los días se sientan monótonos,  

hay belleza aún en lo simple y sencillo.  

 

Así que danzo con la soledad en mis venas,  

celebro sus matices, sus lecciones calladas,  

porque en cada momento de silencio profundo,  

hay un alma buscando, buscando su mundo.