Un labriego pasaba los días de su vida
adorando su campo y su tierra querida
siempre al amanecer con el arado en mano
surcaba brecha a brecha cada palmo sagrado.
Era su gran tesoro aquel campo bendito
que nunca florecía, que no daba un respiro
y sus manos callosas amasaban la tierra
soñando cada noche con hermosas cosechas.
En cada primavera se decía a si mismo
ahora estoy seguro que nacerá mi trigo
en los atardeceres cuando el sol se ponía
tendido sobre el campo sentía latir la vida.
Así el tiempo pasaba sin abrir la semilla
sin que brotaran plantas sin una sola espiga
el labriego, angustiado veía pasar la tiempo
envejecer su cuerpo y sus manos vacías.
Entonces miro al cielo. y pregunto
¿Señor cual ha sido mi culpa?
¿Y donde esta mi error?
solo el silencio obtuvo de respuesta el labriego.
Como quien no espera nada más de la vida
puso su mano ruda sobre la tierra herida
Y bajo el sol ardiente continuo su labor
esperando en sus sueños un mañana mejor.
Mas se agotaba el tiempo se esfumo la ilusión
terminaron sus días “El labriego murió”
hoy su querido campo arropa lo que él fue
y aunque usted no lo crea, comienza a florecer.