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SUR AUSTRAL (De cómo conviven árboles y pájaros) II PARTE

LA DANZA

(EXTRAÍDO DEL PRONTUARIO DEL COLIBRÍ)

 

Flores rojas de piel amaranto,

tienden sus brazos de seda crema

como fina tela de arañas mansas

a picaflores de patas pardas.

 

La mañana se muestra quieta

para que vuele la danza,

cuando un familión de abejas,

fumigan esporas de sus alas

endulzando el otoño

como brebaje de gitanas.

 

El canal, vena de los molinos,

enfría melones de carnes blancas,

vigilados por soldados infantes

y la modorra de las mañanas.

 

Unos grillos trasnochados

perdieron el norte y el alma.

 

 

Sus vuelos como tambores

zumban en dos sentidos

con una guaripola larga.

 

Colibrí con martillo colores de nalcas,

tatuado en

un brazo de marino,

sembrador de acuarelas en balcones dormidos,

con cuerpo en forma de sonrisa,

arrogante bestia,

pesadilla de la oruga y el pulgón.

 

Cinco años de soledad,

húmedo de néctar y savia,

no escucha sus propios corazones

que mil veces le reclaman.

 

¿por qué topacio rojizo,

no lo abrazas, si pavonean

sus ajuares de esa viva esperanza?

Frente a sus nidos gigantes,

diez veces su talla enana,

dormidos melocotones

esperan los besos crudos

del hambre de las mañanas.

 

DE LOS HUMEDALES

(Martín pescador tenía un vozarrón)

Martín se deja caer en un trance vocal agudo.

Directo a un banquete profano y certero.

 

Lo resiste un viento anciano,

 sobreviviente con memoria de espina

que depura la piel del agua.

 

Orgulloso de su collar de perlas blancas,

experto en eludir los arpones con silenciador,

pelusa de muelle de estirpe con cola de corbata,

guardabosques de humedales escorados

por una pasión amorosa

no correspondida,

oráculo con catalejos para ojos tapatíos.

 

Porotus camaroneros, estudiantinas de pidenes arcoíris,

montañas de chiu chiu tono marrón,

golondrinas predicadoras de las religiones de las lluvias,

componedoras de huesos de verano,

bandada de coreógrafos del escarceo con virajes,

cuando la fogosidad no precisa centinelas.

Coro de bandurrias con sus trompetas de bronce uniformadas

y queltehues auxiliares

del aire fresco a la tierra ahogada,

partisanos de humedales,

con mechas de juncos y suelas de fango.

 

Todos son balcones habitados por esfinges con coronas

de algarabías y semillas en los picos,

 heraldos salpicados de fortuna.