Me sube una pasión tronco arriba.
Sé que erre que erre sigo con lo mismo,
con este ardor, que no guerrero, que me obstruye
todo el entramado y no me deja pensar, mirar
más allá de lo que abarca la nariz y ver, aunque
sea en atisbo, lo que se me avecina, la fuente
bajo mi ventana mana agua sin parar, un agua
no peceña, de beber, de bañarse en ella y gritar
a los siete vientos el amor que disuelto corre
torrente abajo, sumido en el meollo hidro
oxigénico que le consiste y que, como el vino
de los dioses, se mezcla hasta que la resultante
sea potable, bebible; y mirar al cielo diciendo
gracias por este maná tan gustoso, recién horneado
en un hogar del que nunca se va a tener noticia.
Me sube la pasión tronco arriba... y son las doce,
la hora en que los encantamientos firman su ocaso,
cuando la realidad, si esta es rutina y no magia,
se adueña del cortijo sin dar pábulo a viandantes.
Cantar al amor es antiguo, es tan viejo como la vida
es en esta tierra pero —sin opción a otra opción— me
embarga el elixir que dentro desprende su manantial
de tal forma que, escaso de fuerzas opositoras, debo
dejarme vencido mecer por sus olas, por su brisa.
Me sube hoy, y me seguirá subiendo, creo,
y la sensación de estar poseído es comparable,
quiero pensar sin haberlo experimentado, a la del que,
siendo médium de un espíritu perdido, se sabe presa,
y asimismo preso, en otro sentir, en otro ser, alienado
pero de una alienación fragante por pecaminosa
y pecaminosa por fragante, y se está tan bien así...
Solo me falta el cuerpo y sé, ya está firmado,
que pronto tomaré posesión. Vivir el previo a una
aparición mariana es como cuando te vistes para
un acontecimiento que sabes único en tu existencia...
La expectación es deliciosa y vivir su transcurso
en cada uno de sus segundos también.
Me sube una pasión tronco arriba...