En un mar de mentiras navegando,
las olas murmuran entre ellas,
distorsionando las realidades
que no flotan en la espuma.
La verdad, un pez vagabundo
que ya perdió las escamas
se oculta bajo la sombra
de un faro que no alumbra en las tinieblas.
Las estrellas, cegadas por el humo,
se ríen de los barcos varados,
de aquellos que, temerosos,
evitan la profundidad
donde la sinceridad redime
el eco de la falacia.
Es la mentira una oscura danza,
un baile de máscaras en la bruma,
donde la vanidad, con sus dedos helados,
teje un manto de ilusiones
que abriga corazones heridos,
dejando a la verdad,
desnuda y vulnerable,
en un charco de cristal.
Al final, siempre se revela
la trama que pretendía ser arte,
la falsedad se despliega
como un ave fénix sombría,
de su ceniza suavemente,
surge el peso del engaño
que no perdona, que no olvida.
Oh, la dulce promesa de decir la verdad,
un faro en la tormenta de las decepciones,
que no acoge los ecos de la mentira,
ese veneno disfrazado de flor
que crece en jardines de petunias oxidadas.
Las mentiras piadosas, luces tenues,
que brotan en corazones heridos,
son como besos de aire,
entonados en secreto,
cuando las voces del alma
gritan, iracundas,
pidiendo ayuda en la oscuridad.
Son vendas suaves, oxímoron de amor
opacan el dolor,
un alivio fugaz para aquellos
que luchan contra el fuego
que devora el corazón.
Pero la verdad, oh, mi amigo,
nunca es un abrigo en este juego,
pues bajo la espina de una mentira piadosa
crece una yerba que amarga
aunque oculte la cicatriz del ser.
Así, en este mar de mentiras,
la verdad surca solitaria,
con el peso de lo que fue,
y en sus aguas oscuras
resuenan las voces de aquellos
que se atreven a naufragar,
disfrazando el dolor,
siempre corriendo tras la verdad
para encontrar la redención,
pero corre tanto
que no se la puede alcanzar.