gaspar jover polo

LOS DOS OJOS

LOS DOS OJOS

 

Aquella cañada de alta montaña

albergaba una llamativa verdad superficial:

algunos litros de agua

formaban en superficie poza, estanque,

un ligero hundimiento del terreno

lleno de agua,

y con una o dos carpas gruesas y brillantes

que se dejaban ir hasta el fondo

la mayor parte del tiempo,

que nadaban por este limitado espacio

siempre

aunque con cierta holgura y despreocupación.

Que dibujaban, bajo el peso del agua transparente,

pausados quiebros y requiebros,

que giraban sobre sí y repetían,

todas las veces,

el mismo o muy parecido itinerario.

 

Dos carpas

nadaban dentro por separado, se turnaban en el monótono

ejercicio de entretener la vista del ocioso paseante dominical.

La gravilla del camino

se quejaba a veces bajo el paso de los pesados automóviles

o chirriaba agresiva

cuando, los domingos, patinaban 

las ruedas de los ciclistas.

 

El borde de cañas delimitaba con precisión el hoyo grande

que contenía el líquido estancado, pero no era eso lo mejor,

lo realmente llamativo era que,

por allí cerca, se abría

también otro laguna minúscula,

otra poza profunda y reluciente.

Como si la corriente

pasase subterránea de una poza a la otra,

como si volviera a aflorar en otro ojo.

Para este tipo de terreno, un gran charco

permanente

es todo un caso;

pero ¿dos casi juntas? es como si lo hubieran planificado

los propietarios de la finca.

Por allí yacía un monstruo

de cabeza gigante y con dos ojos brillantes,

y con una lengua

que se alargaba difusa por en medio del desfiladero.

Que, desde una vista panorámica,

desde lo alto del cerro más próximo,

podíamos ver deslizarse en dirección a la localidad.

 

Gaspar Jover Polo