Berta.

La llave


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Hoy Berta se sentó en la orilla de lago, cuando el sol empezaba a ocultarse tras el horizonte. Las aguas, calmadas y melancólicas, reflejaban la luz dorada del atardecer. Era un lugar que siempre había estado lleno de risas y promesas, pero hoy, como tantas otras veces desde que se marchó el amor, solo albergaba el eco de su soledad.
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Recorrió con la mirada los recuerdos que se alineaban en su mente, esos momentos que habían sido su refugio. Amor, decía ella, a veces dulce como el néctar de las flores, pero a menudo amargo como el café frío que solía beber al despertarse. 
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Aquel día en que bajo el cielo estrellado compartió secretos y risas con Marcos, ahora era solo un susurro arrancado por el viento, un eco lejano que resonaba en su corazón vacío.
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El amor cuando se marchó dejó la puerta cerrada y Berta buscó la llave sin encontrarla. La llave que había abierto su mundo de sueños compartidos, la que había dejado caer sobre la alfombra de aquel piso donde una vez se abrazaron, perdidos en la complicidad del instante. 
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La llave que, al ser despojada de su existencia, tomó consigo los susurros, los silencios y los besos robados. 
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Berta cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar la imagen de aquel beso, el sabor a sal que quedó en sus labios; un recuerdo que se tornaba acre y amargo con cada lágrima que se deslizaba por su mejilla.
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La vida parecía haber pasado de largo, dejando a su paso un vacío incomparable. Su corazón, ahora una isla desierta, anhelaba compañía, pero el único sonido que escuchaba era el leve murmullo del agua y el canto de algún pájaro solitario que se empeñaba en recordar que aún había vida más allá de su tristeza. 
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Sin embargo, esa vida le resultaba ajena, distante como un sueño que se desvanecía al despertar.
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Recordó las noches en que compartían el calor de su aliento, las caricias que hacían temblar su piel, el descubrimiento de cada rincón del otro, como si fueran terrenos inexplorados. Ahora, todo eso era solo una sombra, un recuerdo abandonado que se escondía en los pliegues de su alma. 
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La sutil fragancia de su amor quedó empañada por la incertidumbre. ¿Qué había sido del amor? ¿De aquel cariño que prometía eternidad pero se consumió todo antes de tiempo?
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Ese día, Berta supo que ya no había vuelta atrás. El amor cuando se fue, cerró la puerta, y con la cerradura girada se llevó consigo la llave, dejando a Berta ante la fría compañía de la soledad. 
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Y mientras el día se desvanecía, ella se quedó allí, inmóvil, perdiéndose en sus propias lágrimas, en la tristeza de un corazón que había amado con intensidad, pero que ahora solo sabía llorar.
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No había un refugio para su tristeza ni un rincón donde la esperanza pudiera echar raíces. Todo estaba cubierto por el polvo del abandono, como los muebles viejos de una casa deshabitada. 
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Con su mirada profunda y grave, observó las aguas del lago que la miraban con indiferencia. El amor se había ido, y con él, se llevó la llave.