De torbellino en torbellino,
la muerte crepita en su morada fingida,
con un eco que resuena en llamas pálidas al viento.
La transgresión arde en un invierno desolado,
y permaneces expuesto en un bosque sombrío,
como un ser vibrante frente al infortunio.
Ignoramos las señales de esta soledad turbada,
donde el destino te lleva por caminos inciertos.
La sorpresa acecha: una brisa insomne te contempla
desde un ángulo esquivo, con luces de consuelo.
En el compás de un olvido acuoso,
despiertas bajo el frío bálsamo de un beso laborioso
en la víspera de un año nuevo.
Contra todo pronóstico, en la sombra gélida,
degustas ilusiones bajo una mirada vigilante.
¿Qué perseguimos ahora tras los ríos desbordados de luz?
¡Las vivencias se desploman bajo el peso del desengaño!
Nuestra ira doblega la lengua ante el último plenilunio;
se desvanece, resucita en la estancia muda,
migrando su esencia hacia lágrimas donde la memoria
se desplaza con las alas de veranos azotados
por la gratitud de los silencios.
Un signo devastador derrumba lo que fue
el eco de una trampa que desordena las sílabas errantes,
y la lluvia incesante nos inunda,
mientras el miedo encuentra su éxtasis final
en las sombras profundas de la noche.