El Corbán

SANTURRONES INDIFERENTES II

Bajo el manto gris de una noche sin fin,

despierto al frío que me envuelve con dolor,

cada mañana, siento en mi ser un desdén ruin,

como si el hielo quisiera robarme el calor.

 

Mis manos tiemblan, mi piel ya no responde,

el alma se adormece, se ahoga en soledad,

y en el susurro helado que en mi oído esconde,

temo que el corazón se hiele en su frialdad.

 

El día amanece, pero el sol no me alcanza,

me arrastro entre sombras de escarcha y desazón,

y cada paso que doy, sin esperanza,

me acerca más al abismo de esta congelación.

 

Pero no es solo el frío el que me atormenta,

en mi andar encuentro almas sin piedad,

gente vacía, que en su hielo me enfrenta,

y su mirada me corta con cruel frialdad.

 

Ellos son el invierno que nunca se acaba,

el eco sombrío de un hielo interior,

que congela mi espíritu, que todo lo agrava,

y me hace dudar si queda, en este lugar, amor.

 

Así, cada mañana, en este invierno eterno,

me enfrento al frío y a la hiel de mi destino,

con un corazón que lucha, que comparte su infierno,

pues teme congelarse en su adrede desatino.