Elthan

El Reino de la DominaciĆ³n.

El Reino de la Dominación.

 

En el inicio del hombre, se alzaba su sombra,

antes de palabras, antes de los nombres,

era simple, implacable en su quietud.

La hierba crecía ajena a su peso,

el cielo la ignoraba, pero ya sus garras

descendían lentas sobre la tierra fértil.

 

 

El fuerte aplastó la voluntad del cordero,

y de su lengua brotaron mentiras de oro.

Una trampa invisible tejía su red,

y el débil, ajeno, vivía en sus quimeras,

el látigo que lo azotaría al despertar,

su sangre, promesa inútil de esperanza.

 

 

En la antigüedad, el hombre vivía en su pureza,

llevaba una vida natural, sin dominantes ni dominados,

ni diferencias de clases, ni existía el respeto y desprecio.

Fue cuando los fuertes oprimieron a los débiles,

y los inteligentes embaucaron a los inocentes.

Así se engendró, la monstruosa jerarquía que devoró su espíritu.

 

 

Desde las entrañas, se gestó un monstruo sin ojos,

alimentado por huesos y sudor,

no sabe del día, ni de la noche,

solo conoce el hambre que jamás se sacia.

Bajo su peso crujía la vida entera,

y las espigas se doblaban antes de brotar.

 

 

El régimen aseguraba el orden jerárquico escalonado,

los de arriba y los de abajo, ricos y pobres.

Este sistema se volvió una bestia absoluta,

indestructible, que se apodera de los sueños,

tomando la felicidad y transformándola en pesadilla.

Su hambre no discrimina ni deja espacio para respirar.

 

 

Y cuando el hombre alzó la mirada al horizonte,

ya el cielo había sido devorado por el sistema,

las estrellas, astillas de sueños y almas rotas,

caían como lágrimas sin consuelo,

y los mares, antaño libres,

eran apenas un suspiro bajo su puño.

 

 

Una corona de miedo adorna su cráneo,

forjada en el hierro que alguna vez fue ilusión,

caminan cabizbajos los hombres,

su sombra les marca el paso,

una marcha sin fin ni destino,

presa de una cárcel sin barrotes visibles.

 

 

No hay piel que no haya sentido su aliento y hedor

ni mente que escape del susurro subliminal.

La justicia, palabra en labios huecos,

se hunde en la boca de estatuas mudas,

el viento ya no lleva historias,

simplemente arrastra cenizas de promesas muertas.

 

 

Los héroes se alzaron, pero sus espadas

fueron tragadas por el polvo del olvido.

El sol brilla, pero es reflejo en sus fauces,

y el amanecer, siempre distante,

es el inicio de otro ciclo que continúa,

donde su hambre encuentra nuevos cuerpos.

 

 

Es el Inquisidor, indestructible y mutable,

cuando las rebeliones se alzan, se sacia de ellas

un monstruo que se redefine bajo cada crisis,

adaptándose al flujo, de los tiempos sin cesar.

En las plazas, cuerpos se amontonan como despojos,

y los lamentos se mezclan con el clamor de los verdugos,

su sombra se alarga, su influencia crece,

en cada era, en cada lucha, su dominio corrompe.

 

 

Hoy la bestia no necesita nombrarse,

evoluciona en la piel de aquellos que le reverencian,

sus ojos son los tuyos, los míos,

sus garras son las decisiones que tomamos,

su hambre se refleja en cada elección,

somos engranajes de esta maquinaria,

mientras el día, indiferente, transcurre,

y las cadenas se aprietan, invisibles.

 

 

 

Elthan.