Qué bonita llegó la noche,
qué preciosa estabas, chiquilla
con tu bata de lunares
y tus andares de luna llena
No me asustan las sombras, ni se me esconde la luna, chiquilla, eres mi eterna alborada.
Yo, como siempre, esperándote
bajo las ramas de la higuera
que tanto sabe de tus perfumes.
¡Qué reguapa estabas, chiquilla!
Tanto, que, aun en la noche más negra, todo es un brillar de estrellas, cuando llegas.
Con el relucir de tus ojos de mieles
tu bata ceñida de volantes y lunares
y tus andares, ¡ay, tus andares, chiquilla!
Como se mece la noche de luna nueva.
…, pero tus labios, mujer,
¿¡Qué decir de tus labios tan dulces como la miel!?
Sí, en las orillas de los mío, son oleadas de apasionados amaneceres a medianoche.
En mis tupidos campos de labranza
donde crecen las estrellas de lunares
donde romero, hierbabuena y menta
son perfumes que curan mis pesares
cuando despiertan mis anocheceres
…, con tus labios de luna llena
De donde parten mis deseos de alborada, los que buscan los reflejos rojos de mis soñares.
Y me conviertes en ríos de estrellas
en amaneceres de luna de plata
en campos de fértiles labranzas
y surcos por donde corren tus aguas.
¡Qué bonita llegó la noche, qué bonita estabas, chiquilla!, con tu dorada mirada.
Yo…, como siempre, ya sabes,
esperándote, tan impaciente
como impacientes te esperan
las orillas de los amaneceres
las ramas tupidas de la higuera
y las enredaderas de mis pasiones.
Nada será para siempre, dicen los que saben, pero no entienden que la vida es una constante. La de amar más allá de la muerte. Que el alma nunca muere, lo saben bien mis amaneceres, las noches perfumadas y los ecos de los andares de la chiquilla que cura todos mis males.
Y de llamarte…
Cuando digo tu nombre, chiquilla
mis palabras se agrandan
como el pico del pelícano
que, antes de tragar, filtra el agua
y es así como se alimenta mi alma,
cuando digo tu nombre, mujer
drenando los sedimentos,
desaguando las impurezas
y poder llegar limpio a tus altares
Y es que tu nombre me sabe a mares, de olas crecidas y saladas, a hierba recién mojada. Tu nombre me despierta si estoy dormido, en ese duermevela que me lleva a tu vera. Es así, que cuando digo tu nombre, a mis labios llega la dulce miel que alimenta todo mi ser.
Ya sé que no se pueden comprar los sueños. Ni tú puedes soñar por mí, ni yo puedo soñar por ti, pero, qué tal sí soñamos juntos. Levantar el vuelo desde el balcón donde lo hacemos y subir tan alto como mis anhelos, cuando pronuncio tu nombre.
¿Y cómo me nombras?
Amor infinito, de playas infinitas. Lisura, de orillas doradas. Olas del mar, de los espejos y cielo estrellado, de noches en calma…, así te llama mi alma, que sabe tanto de ambiciones, trigales y altares.
Así te nombro, chiquilla, con un carrusel de quimeras que se hacen realidad cuando pienso en ti y te llamo, y son tantas las veces que lo hago, que hasta confundo sombras con alboradas.
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Mientras le hablaba no dejaba de mirarme, era como estar con ella en sus playas de orillas doradas y delante de los espejos de sus ojos, donde todo son reflejos de una noche estrellada.