Alberto Escobar

No me teman

 

 

Que no tema. 
No, que no tema nadie
una de mis vueltas de tuerca, 
que no lo tema, que la anestesia
me impide cualquier amago 
de lucha, de volver a ser 
quien antes era, y que no tema
ni siquiera el pájaro que me visita
en el alféizar que adelantando la mano
le agreda, le corte el vuelo de sus alas. 
Que no tema, no, ni por pienso,
que nadie tema el furor ya desierto
que puede emerger de mis uñas, que no
hay qué ni dónde temer, que el caballo
que antaño brioso remontaba colinas
y escolleras, ahora, al cabo de la vida,
retoza relajado entre yeguas en un arén,
casi dormido, camuflado entre el efluvio
virginal que llena el establo y que embriaga
la hombría que le resta, y que, cual Aquiles
en el gineceo, opta por una vida tranquila
y larga frente a la posibilidad absurda,
delirante e innecesaria de colmar páginas
y páginas en los anales de la Literatura,
las artes y la Historia, y a cambio, gozar
el estrellato de morir joven, con la carne 
prieta y los músculos a pleno pulmón, y 
renunciar a que el vello se le erice a la vista
de un amanecer, en la playa, en su ventana...
Que no me teman, o sí, porque me temo
que esas fuerzas que de menos echo
están a buen recaudo, esperando salir al estadio
y firmar la mejor actuación de su hasta 
el momento vida —si puede ser nombrada 
con esas letras...—.
Corolario:      No me teman