CUIDADORAS DE AGUA
Herculana se suelta el botón para inspirar su memoria.
Le llegan en el tren a leña que sulfura bocanadas de despuntes de manzano.
Sus zapatos brillan como las costumbres de hace años
contorneado por finas guirnaldas de barro.
Lo mismo hacen los guantes con el grosor de sus venas.
No esconde la nuez que baila en su garganta
y su quijada luce como santuario de una fiera
que suavemente lame el grifo a la memoria.
Se recuerda estar vitalmente fallecida el año 20
a faltantes 40 del 22 de mayo
un día después de la canción de las cubiertas
en que un soñador le quito la ropa a las historias.
Fue la última añoranza que alumbro las brasas.
Confiesa presentarse con elegancia de almoneda
ilusionada con un piano de lágrimas
debajo de la lámpara pecosa.
Ahí fue reina en el naufragio entre poemas.
Herculana cuida a su hermana menor
que la mira como quien posee la virtud del lugar;
la pregunta y la paciencia.
Mientras más llueve, más hace falta el agua
y es que es tanto el apetito de la tierra
de Lengas, tepas canelos y manzanos
puentes con muelas de puertos
y familias originarias de los ríos
carabelas aturdidas y extraviadas
por un cataclismo y sus desvaríos
aun en el aire zumban los ecos
de un impalpable origen divino
apodos que arrancan hacia los cerros
buscando sus apellidos.
Aquí la lluvia se baña desnuda
como princesa de un reino perdido
atada con largas guirnaldas de juncos
gruesas venas de ríos
arrayanes de avanzada edad
así huele Punucapa
con su fragancia del bordeado de los caminos
por donde transita la lobera buscando sus cien destinos.
La noche me hablo contenta
con un mensaje divertido
me dice que vienen las lluvias
por un norte cargado de pinos
la tierra huele a cardos y a la piel de los lirios
hay que cerrar las ventanas
y esperar el delirio.
Yo si fuese cocina
haría masa sin grumos
con los propios pergaminos.
Nunca te supe frágil
recuerdos de una sola calle
y mil historias maceradas
sobre tu suelo de lino.