Algunas catedrales
suelen encenderse
con el eco de la noche,
sopeso mi muerte
y aguardo lo sublime
en contra de mi Ego,
espabilado higo dulzón
tumba de faraón,
mientras ayuna la llovizna
que se finge esfinge
de océanos telepatas
donde Ariadna abatida
pone hilo musical
de ascensor,
para sacarme infructuosamente
del laberinto impostor,
donde un cactus enamorado
se cansa
de hacer desierto
en espejos ociosos
entregados al negocio
de la luz,
lírica crianza
del minotauro en un puf.