La más hermosa poesía
de nuestro lugar,
hoy sin armonía y sola,
ayer con conciencia racional,
viendo que sus versos
a la tumba van,
a su soledad dice,
que escucha su mal:
¡déjame!
bajo la luz de la luna,
bajo las estrellas del cielo profundo,
el amanecer buscar
y los valles de luz encontrar,
¡soledad!
Pues me diste, soledad,
en tan tierna edad
tan corta la felicidad,
tan larga la desolación,
y me cautivaste
de quien hoy se va
y lleva las claves
de mi entidad:
¡déjame!
bajo la luz de la luna,
bajo las estrellas del cielo profundo,
el amanecer buscar
y los valles de luz encontrar,
¡soledad!
En esperanzador amanecer
conviertan mis versos, de hoy más,
el tortuoso camino
de la oscura soledad,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la tumba
quien era mi amistad:
¡déjame!
bajo la luz de la luna,
bajo las estrellas del cielo profundo,
el amanecer buscar
y los valles de luz encontrar,
¡soledad!
No frenes mi luminoso y claro caminar
ni me quieras marchitar, oscura soledad;
que lo uno es un tormento,
lo otro es sufrimiento.
Si me queréis bien no me hagáis mal;
harto peor fuera morir y callar:
¡déjame!
bajo la luz de la luna,
bajo las estrellas del cielo profundo,
el amanecer buscar
y los valles de luz encontrar,
¡soledad!
Triste, sombría, soledad,
¿Quién no llorará
aunque tenga el corazón
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más maduros años
de mi conciencia racional?
¡déjame!
bajo la luz de la luna,
bajo las estrellas del cielo profundo,
el amanecer buscar
y los valles de luz encontrar,
¡soledad!
Váyanse las noches de tiniebla,
pues ido se han
sus ojos que hacían
los míos pálida niebla ocultar;
váyanse y no vean,
con sauces en las barreras,
tanta soledad,
después de que en mis fríos poemas
sobra la mitad:
¡déjame!
bajo la luz de la luna,
bajo las estrellas del cielo profundo,
el amanecer buscar
y los valles de luz encontrar,
¡soledad!