Javier Julián Enríquez

Sin poesía no hay vida

La más hermosa poesía

de nuestro lugar,

hoy sin armonía y sola,

ayer con conciencia racional,

viendo que sus versos

a la tumba van,

a su soledad dice,

que escucha su mal:

¡déjame!

bajo la luz de la luna,

bajo las estrellas del cielo profundo,

el amanecer buscar

y los valles de luz encontrar,

¡soledad!

Pues me diste, soledad,

en tan tierna edad

tan corta la felicidad,

tan larga la desolación,

y me cautivaste

de quien hoy se va

y lleva las claves

de mi entidad:

¡déjame!

bajo la luz de la luna,

bajo las estrellas del cielo profundo,

el amanecer buscar

y los valles de luz encontrar,

¡soledad!

 En esperanzador amanecer

conviertan mis versos, de hoy más,

el tortuoso camino

de la oscura soledad,

pues que no se pueden

mejor ocupar,

yéndose a la tumba

quien era mi amistad:

¡déjame!

bajo la luz de la luna,

bajo las estrellas del cielo profundo,

el amanecer buscar

y los valles de luz encontrar,

¡soledad!

 No frenes mi luminoso y claro caminar

ni me quieras marchitar, oscura soledad;

que lo uno es un tormento,

lo otro es sufrimiento.

Si me queréis bien no me hagáis mal;

harto peor fuera morir y callar:

¡déjame!

bajo la luz de la luna,

bajo las estrellas del cielo profundo,

el amanecer buscar

y los valles de luz encontrar,

¡soledad!

 Triste, sombría, soledad,

¿Quién no llorará

aunque tenga el corazón

como un pedernal,

y no dará voces

viendo marchitar

los más maduros años

de mi conciencia racional?

¡déjame!

bajo la luz de la luna,

bajo las estrellas del cielo profundo,

el amanecer buscar

y los valles de luz encontrar,

¡soledad!  

 Váyanse las noches de tiniebla,

pues ido se han

sus ojos que hacían

los míos pálida niebla ocultar;

váyanse y no vean,

con sauces en las barreras,

tanta soledad,

después de que en mis fríos poemas

sobra la mitad:

 ¡déjame!

bajo la luz de la luna,

bajo las estrellas del cielo profundo,

el amanecer buscar

y los valles de luz encontrar,

¡soledad!