Sobre el tablero extenso de la vida,
con cuadros blancos y negros al azar,
caminamos movidos por partida,
aprendiendo del juego al respirar.
Las peones son pasos que damos,
humildes pero firmes en su misión,
un paso a la vez es como avanzamos,
bordando el tapiz de la intuición.
Caballos saltan rutas olvidadas,
torciendo el camino hacia el cambio;
nos enseñan que las jugadas
no siempre son líneas de arrullo.
Las torres, fuertes en sus flancos,
nos recuerdan ser inflexibles,
enfrentar temores desde bancos,
y forjar nuestras almas invencibles.
El alfil, en su diagonal discreta,
atraviesa la vida en sus matices,
mostrando que un patrón recta
oculta aprendizajes y matices.
La reina, ágil y poderosa ente,
como sueños de libertad inmensa,
permite explorar lo efervescente
con un balance entre riesgo y esperanza.
El rey, nuestro corazón y esencia,
avanza lento pero con claridad,
protegido por la conciencia,
que madura en pausa y serenidad.
En cada jugada somos testigos,
de movimientos a veces inciertos,
los remates son fugaces amigos
que velan por los días desiertos.
El final del juego nunca se apura;
paciencia, lo que importa, se cultiva.
Y aunque la partida se clausura,
lo vivido es lo que nos motiva.
Así, sobre el tablero de la existencia,
aprendemos que no hay fin ni salida,
solo avances, errores y persistencia,
sobre el noble ajedrez de nuestras vidas.