Me olvidé de tu nombre,
como se olvida la lluvia en los cristales,
como el mar olvida la espuma
después de besar la orilla.
Lo dejé entre las hojas caídas
de un otoño que nunca regresó,
lo perdí en las sombras alargadas
del atardecer que se llevó tus pasos.
Tu nombre, antes melodía en mis labios,
hoy es eco disperso entre las montañas,
un susurro que se desvanece en el viento,
una palabra que ya no me pertenece.
Me olvidé de tu nombre,
y en su lugar creció el silencio,
ese que habita en los rincones de la ausencia,
donde tus ojos ya no encuentran los míos.
Pero el olvido no es total.
Aún, en la profundidad de la noche,
cuando la luna desnuda sus secretos,
hay un rastro, un destello fugaz
de lo que fuiste,
de lo que fuimos.
Me olvidé de tu nombre,
pero no del latido,
ese que una vez compartimos,
en un tiempo que el viento también borró.