A LA HORA DEL RECREO
Bajo la higuera de jugosas
y esponjosas hojas
y con una sombra compacta
que no dejaba pasar un solo rayo,
bajo la higuera de las Hermanas Carmelitas florecía
una jovencita, una chiquilla apenas,
mal encarada y con grandes y redondos ojos,
a la que, con solo acercarnos y ponerle
cara fea, le corrían tremendos lagrimones,
y se ponía a llorar
y a dar fuertes patadas contra el piso,
que era de tierra aplastada en todo el patio.
Se cubría las piernas con los brazos
y en cuclillas, se encogía para protegerse
y hacía el huevo.
Casi golosos,
nos llevaban los pies hacia la higuera,
directos hacia la histérica criatura,
atraídos por una fuerza colosal e impropia
de unos niños, de unos seres humanos a la postre,
y le arrancábamos la botella de leche del desayuno.
Pero solo era un momento,
y, enseguida, se la devolvíamos,
aunque ella siguiera llorando, pataleando
como si no tuviera consuelo,
como si ya el remedio no fuera factible
en su caso,
o como si, una vez desatada la tormenta,
fuera imposible detener
aquella reacción sin fin,
tan desproporcionada,
aquella reacción irracional que al resto
nos llenaba de un entusiasmo
también bastante ilógico.
Gaspar Jover Polo