No soy el amoroso que en su canto al viento
Sabines describía en dulce melodía;
mi voz se ahoga en el triste intento
de hallar en la nada otra fantasía.
No soy la luz que guía a la primavera,
ni el ave que al néctar vuela incansable.
Mi piel es un naufragio que desespera,
perdido en el caos de un mar implacable.
Soy la raíz que en suelo ajeno se entierra,
la flor que muere lejos de su jardín,
palmera solitaria que el viento destierra.
En esta isla, rota por mi desdén ruin,
no queda ni luz, ni sombra, ni tierra,
sólo el eco gris de un destino sin fin.