Personas vienen y van,
como hojas al viento,
sus pasos efímeros rozan
el sendero del tiempo.
Algunos cruzan sin más,
como sombras pasajeras,
dejando apenas un eco
que pronto se disuelve en la espera.
Pero hay quienes, al pasar,
tocan suave el alma herida,
se quedan grabados en la piel
como luz en la despedida.
Son aquellos que nos miran
con ojos llenos de verdad,
los que abrazan nuestros sueños
y nos ofrecen su lealtad.
Ellos dejan huellas profundas,
marcas que no se desvanecen,
se llevan un trozo de nuestro ser,
y en su partida, no se pierden.
Porque en su andar sincero
llevan un pedacito de nuestro corazón,
y en sus manos, con ternura,
guardan nuestra más íntima emoción.