Desprendida del capullo
donde vivió como niña
para convertirse en rosa,
la muchachita corría
con esplendor en las formas
que de mujer despertaban.
Sus dos bruñidos ojitos,
jóvenes como luceros,
se hundieron en el alma seca
y marchita de un viajero
que esperaba en el andén
sentado en un banco viejo.
La niñita, irreverente,
le requirió dos monedas
alargándole la mano,
sin dejar de dibujar
una sonrisa de encanto,
pero él se arrinconó
del hechizo, fascinado.
Se le acercó la pequeña
y le besó en la mejilla
en un intento ladino
para obtener por embrujo
las dos monedas del precio
para pagar por un dulce
anunciado en la vitrina
de un comerciante en su puesto.
El sintió viajar el alma
macerada por el beso
y cediendo al artificio
le regaló las monedas
guardadas en el bolsillo.
El incidente alteró
por completo la intención
del anciano peregrino,
y el cromatismo amatista
del caramelo comprado,
anegó los sentimientos
del viajero ya agotado.
Conseguido su apetito,
la niña se fue corriendo
llevándose entre los dientes
la golosina dulzona
además de la amargura
de aquel provecto converso
que por una tierna sonrisa
el corazón dejó abierto.
JOSE ANTONIO GARCIA CALVO