Vivimos bajo un cielo aligerado
de los pesares propios del camino,
y sin temer cual fuera nuestro sino
al porvenir le dábamos de lado.
Crecimos abrazando el pensamiento
de que el dolor llegaba en otras vidas,
lamiéndonos a tiempo las heridas
que habrían de servirnos de escarmiento.
Reunimos suficientes herramientas
para saber decirle no a la duda,
por lo que la verdad llegaba cruda
y a la mentira no rendimos cuentas.
Mas hoy vivimos del automatismo
por no saber hallarnos en nosotros,
buscando en las valoraciones de otros
la identidad que yace en el abismo.
Andamos temerosos; abocados
a darle al sentimiento retenido
un rol preferencial en lo asumido
en vez de destapar nuestros pecados.
Vivimos acuciados por la muerte
que nos desheredaba por vitales.
Vivimos bajo síntomas mortales
y el sol nos abandona a nuestra suerte.