En un páramo oculto, una estrella solitaria agoniza, y a sus pies,
un tímido cuervo, que con ternura, bajando la mirada,
atisbando una rosa, la recuerda dulcemente,
mientras el viento susurra secretos de antaño.
Aquelares de una tarde fugaz, donde el cuervo encontró un ser de andaluz,
será difícil de olvidar, pues fue la primera vez que conoció un bello amor,
reflejado en los ojos brillantes de una hermosa paloma,
cuyas alas blancas danzaban al compás de un corazón enamorado.
Ay, palomita, cuánto sufre aquel cuervo que, enamorándose de lo prohibido,
se adentra en un abismo sin retorno,
cargando el peso de un amor imposible en sus alas oscuras,
mientras el eco de sus lamentos resuena en la noche eterna.
Contemplando en vilo una vieja pradera,
donde el tiempo se detiene en su danza eterna,
a la orilla de un lago, un joven cuervo derramaba lágrimas,
su alma cargada de memorias y penas,
buscando en el reflejo del agua la calma que se desvela,
mientras el susurro del viento acaricia su plumaje negro.
Un búho merodeaba el lugar con sus ojos sabios y profundos,
sembrando melancolía en el aire,
susurros de la noche envueltos en lamentos mudos,
acompañando al cuervo en sus pensamientos rotundos,
mientras la luna ilumina su camino hacia la redención.
Emprendiendo vuelo, el cuervo llegó hasta una vieja capilla,
donde las sombras danzan al compás de sus latidos,
y ahí, con la añoranza de terminar el tormentoso murmullo del olvido,
encuentra en la penumbra un destello de esperanza,
un destello de luz en su camino oscuro.
Surcando los cielos, va buscándola por toda la ingrata tierra,
jurando que algún día ha de tener en brazos a su dulce palomita,
y hasta que ese día llegue, la aguardará en la vieja pradera,
esperando a su más bella ilusión, entre sus alas extendidas,
mientras el universo conspira en silencio a favor de su amor eterno.