Lucio Mendez

Frankenstein era poeta

Su creador fue a la morgue

y cogió el corazón de Miguel Hernández,

los pulmones inundados de Alfonsina Storni,

los ojos visionarios de Lorca,

el hígado demacrado de Baudeleire,

las orejas aterciopeladas de Rimbaud,

los colmillos afilados de la Pizarnik,

las manos malabaristas de Rubén Darío,

el espinazo enamoradizo de Bécquer,

el cerebro agudo de Quevedo,

los pies itinerantes de Machado (Antonio),

la calavera en cuestión de Shakespeare,

el cabello ceniciento de la Mistral,

los labios constritos de Vallejo,

la frente adolorida de Rilke,

las pantorrillas libertarias de Espronceda,

los brazos entregados de Santa Teresa...

Y con todo ello armó una criatura

monstruosa pero sensible como

una petunia en tierra huracanada.