Llueve bajo el techo roto,
una lluvia fría que acaricia el alma.
Pájaros negros emprenden su vuelo,
escapando del eco de una tarde sombría,
donde el sol muere en el horizonte,
sumergiéndose en la melancolía
como un verso apagado que se pierde.
El recuerdo regresa,
duele tu ausencia en el silencio,
y la soledad, eterna compañera,
ocupa el vacío de mi hogar.
La pluma tiembla en mi mano,
la inspiración se disuelve como la niebla,
y rompo las hojas en un arranque de hastío,
mientras lágrimas negras resbalan lentas.
Detrás de la ventana,
mi ser cansado se refleja,
continuando, imparable,
bajo la tormenta que arrastra los días.
La soledad, siempre presente,
mancha mi alma con sus sombras,
de regreso…
con plumas empapadas y lodo en las alas,
mis pájaros negros vuelan bajo,
arrasados por el peso del dolor.
Cada paso que he dado
deja huellas en este invierno implacable,
cuando las nubes asoman su rostro gris,
y septiembre, cual espejismo,
no resiste la penuria que me abraza.
Así, en el silencio de la lluvia,
mi corazón sigue su lamento,
sostenido por la tristeza
de un amor que se desdibuja en el viento.