En la senda de la eternidad, buscamos comprender,
las palabras sagradas, su verdad y su ser.
Un diálogo antiguo, entre maestro y aprendiz,
revela el camino, la ley y la raíz.
“¿Qué dice la escritura?”, preguntó el Nazareno,
“¿Cómo interpretas tú, el mandato más pleno?”
El letrado respondió, con cita y memoria,
“Amarás al Señor, y al prójimo, sin escoria.”
Mas inquirió, “¿Y quién es mi prójimo, en verdad?”
Una pregunta que muestra, la comprensión en su mitad.
No basta con leer, ni recitar el mandato,
es entender el amor, en cada verso, cada relato.
La Biblia, libro de luz, requiere de una guía,
la ayuda divina, que al espíritu envía.
Para desentrañar, su profundo mensaje,
y vivir sus palabras, en cada acto, cada viaje.
Pidamos pues al cielo, su espíritu santo,
para que al leer, no nos embargue el espanto.
Que nos ilumine el camino, en nuestra búsqueda ferviente,
y en la práctica de su palabra, seamos siempre diligentes.
Que la sabiduría divina, nos acompañe en la lectura,
y en la aplicación de la ley, en nuestra vida segura.
Que el amor a Jehová y al prójimo, no sea solo un decir,
sino un vivir constante, un eterno construir.
Así como el experto, que a Jesús interrogó,
busquemos entender, lo que el corazón anheló.
Que la palabra divina, sea nuestro pan y nuestro vino,
y en el amor al prójimo, encontremos nuestro destino.