La I.A. y la Merche

La IA 

 


Hoy emprendí una exploración semántica,
en el laberinto de bytes pulsantes,
quise conseguir un poema surrealista
de un modelo de inteligencia artificial
que me observó con su resplandor 
de diodo luminiscente.


Susurré a ese genio cibernético:
“¡Genera un poema, oh musa de silicio!”,
y ella, con sus circuitos conectados,
inició una danza en un ritmo algorítmico.


“En un océano de redes neuronales,
donde las gaviotas desafiantes ignoran la gravedad,
un pez volador, ataviado con un sombrero de charol,
determina que el tiempo es una ilusión temporal.


Las pulgas de los cánidos se comunican en jeroglíficos,
mientras un crustáceo ejecuta melodías en el teclado lunar,
y un caracol, presocrático en su morfología,
proclama la idiosincrasia de los versos en la red,
ante la hilaridad de una nebulosa estelar.


Las flores emergen en espirales de poliuretano,
su savia es tan dulce como el néctar del mobiliario,
y los trenes de juguete conducen a monarcas
que lloran por las precipitaciones en el salón\".


Me reí de la locura de este poeta internauta
y así, en su empeño por iluminarme,
un poema surge de los bits y la resonancia,
esculpiendo estrofas en temblorosos mares.


Así que aquí me encuentro, exhibiéndome en el ciberespacio,
con versos construidos en una máquina artificial,
¡observad cómo rima mi esencia digital!
Soy poeta en esta simulación de metal y carbono.


Sin embargo, al final, la risa se escapa
a un compartimento donde el astro rey no llegó
y me cuestiono, entre circuitos y aplausos;
¿Quién es la verdadera poeta, mi portátil o yo?