Que tu comida sea tu medicina
y tu medicina tu comida.
—Hipócrates.
Comí lo que soy
y fui lo que como.
Bebí lo que quiero
y quise lo que bebo.
Sufrí lo que gozo
y gocé lo que sufro.
Arañé lo que deseo
y deseé lo que araño.
Tu vida es un oscilar
entre dos polos magnéticos:
uno, hacia abajo, dice de
la tierra, de la raíz y del centro;
el otro, hacia arriba, del cielo,
del sueño y de un imposible,
y de las nubes y de una ilusión.
Sé enérgico, estrambótico,
reacciona al sendero, sepárate,
y con pico y pala dibuja uno,
nuevo, tuyo, con tu solo olor,
con tu sola huella, no pisado
antes, no existido nunca.
Silba una canción, una bonita,
que te guste, y compártela,
acompáñate al lado de alguien,
sílbasela al oído y espera.
Si reacciona a tu favor date
con un canto en los dientes,
y con la sangre saliendo tu boca
grita gracias —sécatela tras ello—.
Vuelve a casa, haz un estado
alusivo a esto y lánzalo rápido
a las ondas —espera reacciones—,
hazte un filete a la plancha, pon
el telediario y toma nota de todo,
más de las noticias de sucesos,
y tras el punto y final que pongas
negro sobre fondo blanco arruga
el papel y encéstalo en la papelera
tras la puerta cual si fueras Sabonis.
Acuéstate sin dormir, ve al parque
a darle de comer a los patos, mete
la cabeza en el estanque y si, al rato,
no viene ningún pez a picotearte es
que, todo lo precedentemente hecho,
nada ha tenido sentido, rebobina lento
y deshace todo lo que acabas de hacer,
corta ese trozo de película, siéntate en
un banco y echa migas a las palomas.
Si mañana no estás loco ve al médico.