Llueve bajo el techo roto de un hogar olvidado,
las paredes están desnudas, marcadas por grietas y trazos de crayón,
que cuentan historias de un tiempo que se disuelve en la memoria.
El aire, intruso, se filtra por la ventana desahuciada,
susurra versos de humedad y lágrimas del ayer,
mientras recuerdos llenan de nostalgia cada rincón de la habitación,
bajo un llanto que parece palpitar en el ambiente.
Las voces de quienes ya no están,
o de aquellos que una vez habitaron esta casa,
viajan como murmullos etéreos,
sus consejos, vacilaciones y viejas rabias aún flotan en el aire.
La brisa suave envuelve al visitante,
y el silencio se anida en cada esquina de la morada,
junto a momentos vividos que se ocultan en una memoria dolorosa,
una memoria que anhela revivir tiempos idos.
Llueve aún sobre el techo magullado y desgarrado,
donde el cielo gris se filtra con su tristeza opaca,
lágrimas de ángeles invisibles caen sobre el ser que aún habita el lugar,
y en la desolación de su ayer, cuenta historias con cariño a las sombras que ya no regresan.