Y te encuentras triste, derribado.
Como si hubieses corrido media milla.
Pero no es así y solo estás varado.
Volteas y no hay nadie, nadie que sienta.
Que sienta esa presión en tus ojos,
de tu alma a reventar, de un corazón que lucha por no dejarse llevar.
Y el mundo ya ha avanzado a la mitad, pero sigues igual, peor, vas peor.
Sientes hambre, sientes frío, tienes temor.
Como si te fueras a deshacer en pedazos.
Y te falta un abrazo, un abrazo que contenga todo lo que en ti parece desvanecer.
Que te cubra del frío en tu alma, ese soplo afilado que parece de desangrarte, vaciándote, acabándote.
Y te encuentras triste, solo en medio del dolor, de los murmullos que son gritos.
De un mundo haciéndose añicos, del que solo tú sientes cada colapso.
Te volteas y ves a Dios.
No estás solo, y súplicas, súplicas con las fuerzas vacilantes que te quedan.
Que la noche no parezca eterna,
que te envuelva en su misericordia.
Que te levante, porque te encuentras triste, sintiéndote morir.
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