Las vendas de La Bastilla
aún cubren su rostro
a mis manos se enhebran
recostado a los muros sonríe
enseñándome a otros soldados
en la hierba del patio.
De lejos viene noche tras noche
a buscarme en los sueños
donde le espero con espanto
de que escape.
No sé el nombre que le vestiría de humano
reconozco que desangra
y deambula ebrio
por los siglos
sin cambios de casaca
sólo presintiendo mi memoria.
Esquiva mi tono
murmura no sé qué año donde estuve
rasgando sayuelas, condenada.
Cuando veo sus ojos tristes
vuelvo a morir.