Ricardo Castillo.

Sin respuesta

-I-
Hay muchas inquietudes en mí, 
muchas preguntas sin respuestas.
Pero no he pasado aquí para enumerarlas
ni mucho menos para resolverlas, 
sino para manifestar esta queja perenne.
¿Para qué? 
Articular la pregunta para que el pensamiento 
tenga un lenguaje de escape, 
porque la realidad también es interior y 
no habita absolutamente fuera de nosotros.

-II-
Sé que ahora no hay respuestas, 
pero aspiro a que un día no muy lejano 
ellas también me busquen 
–lo digo con evocación a la finitud del tiempo 
y con el mayor deseo de reducirlo 
para acercarme a ese momento–.
Esto me mantiene despierto como un centinela 
con los párpados pesados y el oído absoluto, 
siempre al acecho de alguna nota conocida 
en la profundidad de mi memoria.
¡Cómo pesan las horas en las agujas del reloj! 
Y todavía creemos que es más importante 
poseer que anhelar.

-III-
¿Quién sería yo sin estas preguntas que me escudriñan?
Quizá un hombre feliz porque sabe que 
no tienen el valor que se le ha dado a una moneda;
que no es posible palpar-intercambiar
por considerar su naturaleza trivial y, por lo tanto, 
desestimadas para pasar al ‘verdadero’ acto; 
un hombre triste sumido en el ajetreo de los días de oficina;
un pasajero en el recorrido matutino del bus yendo hacia el trabajo, 
en la somnolencia de la ciudad cuando despierta 
y en el sopor del cansancio nocturno cuando duerme, 
en su velocidad y también en su voracidad; 
tal vez un erudito capaz de entender las cuestiones del prójimo 
y desconocer las propias: 
¡luz en la muchedumbre que se apaga al llegar a casa!
¿Qué importan las posibilidades que me figure para mis designios, 
los mundos que me construya para despojarme de humanidad? 
Si aún creo en la pregunta, 
si no logro callar, 
si no me niego a la palabra.

-IV-
¿Quién en estas horas dedica su tiempo a los asuntos sin solución? 
Tal vez un desvelado que ha perdido el miedo a sus verdugos, 
o el que está tratando de hacerlo, 
el que sabe que aun perdiendo también se gana 
y que caminar hacia el horizonte es lo más importante;
el que no sabe subordinarse a lo insustancial 
que diariamente nos traspasa el cuerpo como lanza, 
porque entiende que ese fierro es ajeno a nuestra sustancia 
–antes de convertirnos en el polvo primario–.
¿Quién con insomne felicidad conspira para consigo mismo 
en la redacción de su tratado inconcluso? 
¿Quién en su voluntario y nocturno soliloquio 
conjuga las palabras en todas las formas de futuro?
Ergo, heme aquí: 
¡confinado a la misteriosa pregunta, 
a la negada respuesta!

Barcelona, 20 de diciembre de 2023