En mis sueños leía tus cartas,
cartas que nunca me escribiste
y que fui recopilando y guardando
en hatillos con cintas de rosa raso,
y que guardo en mi corazón
como el más grato tesoro,
desde entonces todas las noches vuelvo
a leer esas palabras tuyas
que nunca me escribiste pero que yo
contestaba en mis desvelos.
Epístolas quedaron en el fondo
de mi ordenador,
olvidadas entre recuerdos de esos sueños
con la luna durante el conticinio
en las noches de estío
cuando el cuerpo desnudo de suspiros
suspira por el amor perdido.