¡Qué intrincado me es amarla!,
cuando el corazón se llena de orgullo
y la paz es un silente susurro
que entre las lejanías se desdice,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
¡Qué difícil adorarte!,
cuando tu herida distante supura
y derrama sangre fresca en las grutas
colocando en tu interior su estandarte,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
¡Que complejo es comprenderte!,
cuando los sentimientos dilatados
gobiernan pensamientos encontrados
que no encuentran sus ocultas vertientes,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
¡Qué afanoso es perdonarte!,
cuando hacia mi corazón lastimado
despiadados arpones son lanzados
que enfurecidos buscan encontrarme,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
¡Que intrincado es encontrarla!,
cuando no me encuentro ni a mí mismo
si descuidado extravié mis caminos
en los hondos entresijos de mi alma,
es entonces que el corazón exclama:
enséñame a amarla como Tú la amas.
¡Que agotador sostenerte!,
cuando mis débiles fuerzas terminan
y me privo de la gracia divina
que dispuesta al servicio está siempre,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
Ardua labor es cultivarte,
como abigarrado es sembrar la tierra
pues solo el que pretende la cosecha
diariamente está dispuesto a esforzarse,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
¡Imposible persistir
si amara con mi propio corazón!
¡o la perdonara con mi perdón,
o buscara sin recurrir a Ti!,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.
Pues cultiva el sembrador,
mas el viento y la luz del sol no es suya
y ningún esfuerzo le dará lluvia,
solo la confianza en su creador,
es entonces que el corazón exclama:
“enséñame a amarla como Tú la amas”.